domingo, 16 de enero de 2011

Paz, acuerdos y preguntas...

¿Habrá algo qué decir respecto al aniversario de los acuerdos de paz?

Lo primero, es quizá apuntar la ausencia de una conciencia real de lo que significa paz. No hemos vivido la paz. Nuestra historia nacional va marcada a sangre, conflicto tras conflicto en apenas menos de 200 años de historia como nación teóricamente independiente, y aún cuando no ha habido conflicto, la supuesta paz ha sido el fruto de la represión y el uso de la violencia contra la población misma. Que no haya antecedentes de paz en nuestra historia reciente es grave pero, sin embargo, no es el único o más grave de los problemas.

Que cada quien jala para su lado es lo "natural" en un sistema social orientado por el principio de la prevalencia de los más fuertes, de los que tienen más recursos para hacerse valer por encima de los demás. Así, la idea de un "acuerdo" resulta contranatura en una sociedad estructurada de modo que unos imponen sobre otros sus condiciones para determinar sus vidas, obteniendo así beneficios y garantizando su permanencia en la cúspide de la pirámide. No hay acuerdo alguno en la explotación, o al menos yo no conozco algo acerca del día en que alguien dijera "organicémonos de tal modo que yo salga bien librado y ustedes bien jodidos" y que el resto haya saltado de alegría por tal motivo.

Un sistema organizado en torno a la idea de la ausencia de acuerdo difícilmente facilitará la idea de la construcción de un acuerdo. Y este sistema no tendrá paz si su funcionamiento depende de un desequilibrio de fuerzas que requiere el uso de la violencia para mantenerse a sí mismo. Y hablo no solo de la violencia física, si no además de todo aquello que violenta ("Que está fuera de su natural estado, situación o modo.", RAE dixit) a las personas en sus diversas facetas.

Tanto uno (la falta de acuerdo) como la otra (la ausencia en la memoria de una verdadera idea de paz), son grandes ausencias en la base de los discursos y análisis referidos a este día. Y más allá de ello, está nuestra ausencia, la de quienes construimos la paz o la guerra en el día a día, la de quienes buscamos la vía del acuerdo o la de la imposición para satisfacer nuestras necesidades cuando estas entran en contienda con las de alguien más. Toca mucho qué pensar este día, mucho qué pensar en ésta época en donde a uno pueden asestarle tres balazos por adelantarse a otro en meterse en un parqueo, o en acabar muerto por un sujeto que decidió manejar rápido mientras discutía por celular con alguien más.

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Ciertamente, a nuestros cerebros les cuesta mucho hacernos asimilar la realidad, esta realidad en particular. El trabajo de seleccionar de entre toda la información que recibimos aquello que nos sirve para funcionar en el mundo de acuerdo a como hemos ido moldeando nuestra existencia no es fácil. Mucho más si todo lo que recibimos apunta a la necesidad de salir huyendo para preservarse, para sobrevivir.

No es fácil, ese trabajo muchas veces inconsciente y siempre maravilloso, que damos por garantizado y del que apenas sabemos nada como para darnos cuenta de su grandeza. Andamos ahí, en muchos casos sin darnos cuenta de lo efímera de nuestra existencia y de lo fácil que es perder en un segundo las capacidades que nos permiten ser nosotros en el mundo. En muchos otros casos, siendo demasiado conscientes de ello.

Al pensar en esto de la paz, de los acuerdos, vuelvo por un momento mi mente en algunas tareas que he de acometer en unos días. Pienso en como hacer a otros asimilar un marco de ideas que les permita actuar de maneras diferentes en su realidad laboral, en su realidad interpersonal, en su realidad intrapersonal. Pienso en como, sin duda, la educación de las personas adultas representa un reto grande, especialmente si ese objetivo va en contra de lo que la educación recibida en el intercambio con la realidad social actual le enseña a uno. Se me antoja a veces imposible hablar de paz y de construir acuerdos con quienes están ahí frente a mi, victimas y victimarios a la vez, ovejas siempre y lobos cuando pueden.

¿Cómo hacer pues, para que las personas vuelvan su mirada con otros ojos a lo que ahora miran con desprecio? ¿Cómo cambiamos nuestra mirada, nuestra forma de interpretar el mundo? ¿Cómo desarraigamos de la raíz social aquellos comportamientos e ideas colectivas que constituyen una traba para nuestro caminar?

Mientras hago mis intentos por cambiar, desde mi quehacer, el mundo de estas personas, me hago muchas preguntas. La de arriba, la primera, se me viene al ver el calendario. Las del párrafo anterior, son de esas que se vienen cada vez que acometo mi trabajo. Pienso que mucho hay que preguntarse para cambiar a un grupo pequeño de personas. Supongo que hay que preguntarnos mucho más para cambiar a una nación sin idea de paz, y sin historia de acuerdos.

Pero creo también que nunca es tarde para hacerlo todo de nuevo. Y más vale intentarlo.

Feliz semana a todas y todos


Víctor

P.D.: Los dibujos son de uno de mis caricaturistas favoritos, Eneko.  Pueden seguir su trabajo en este sitio.