jueves, 9 de septiembre de 2010

De la vorágine nacional

vorágine.
(Del lat. vorāgo, -ĭnis).
1. f. Remolino impetuoso que hacen en algunos parajes las aguas del mar, de los ríos o de los lagos.
2. f. Pasión desenfrenada o mezcla de sentimientos muy intensos.
3. f. Aglomeración confusa de sucesos, de gentes o de cosas en movimiento.

Mucho tiene de vorágine lo acontecido los días anteriores. Cierra el telón el discurso del Presidente o parecería hacerlo, a la espera de lo que ocurra más adelante. La resiliencia de nuestra población, quizá nuestra mayor fortaleza ante la normal anormalidad en que vivimos se pone en evidencia de nuevo mientras por lo bajo todo mundo parecería esperar una solución más o menos mágica.

Lo que se hace evidente sigue siendo más o menos lo mismo: ante la incertidumbrela gente es presa de cualquier cosa. La inseguridad no se mide sólo en términos de la sensación de correr peligro si no además de la veracidad de las fuentes. Ante ello cualquiera se vuelve un experto, cualquiera tiene la credibilidad suficiente para sacar al mundo corriendo de donde sea a esconderse a ver lo que dicen en la cajita esa que forma nuestra visión del mundo al ritmo de música de drama  o tragedia, según el canal que haya escogido.

De más está decir que ni la disponibilidad de información seria en medios electrónicos puede evitar que corra más rápido un vídeo de unos supuestos pandilleros profiriendo el bonus track de amenazas que un comunicado aclaratorio del chivo expiatorio de turno. Da igual entonces la calidad de la información: la dinámica está planteada que llega lo sensacional antes que lo reflexivo. Y tiene mucho más pegue, además.

Si bien existen voces que intentan poner un poco de reflexividad sobre este proceso (ver ejemplos aquí, acá y acá) que hoy se expresa en una manera novedosa, pero al fin esperable dada la historia del paisito, lo que abunda es la evidencia de que el discurso construido alrededor de la violencia ha cambiado poco desde que Nacho nos iluminara el camino apuntando a que la violencia permeaba las raíces de nuestras relaciones sociales. Abunda en las redes sociales, tan fácilmente presas de la irrreflexividad y las incoherencias de sus usuarios, mensajes donde se llama bien a la violencia (gente invocando el regreso de los grupos de exterminio que han poblado nuestra historia, o proponiendo soluciones propias de las tan temidas tiranías) o bien al escapismo de la responsabilidad personal en todo este mambo ("ore por su gobernante para que le caiga el veinte algún día", "yo no pierdo la fe, solo que la practico en mi casa").

Mucho hay que decir ante esto, mucho puede explicarse. Mucho hay que hacer, sobre todo. Construir una patria nueva, como la queremos, implica asumir la realidad en que vivimos, cargar con esa piedra entre todos y irle dando forma. Y para ello falta responsabilidad, compromiso, y repensar que lo que nos ha llevado hasta acá no podrá llevarnos a otro lado que no sea algo peor de lo que ya hemos vivido. Toca pues probar lo nuevo, pensar antes de actuar... transformarnos transformando.


Victor

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