jueves, 10 de octubre de 2013

Héctor y la Niña Blanca

Llegué veinte minutos después de la hora de entrada. Si vuelven a llamar la atención por las llegadas tarde, me miraré desde fuera con desdén, sabiéndome culpable. Pero eso es otra historia. Hoy vengo a hablar de Héctor y la niña Blanca. Y de ser psicólogo.

Luego de saludar a la gente que había venido desde Sonsonate a solidarizarse con la familia de Héctor, ví que en la sala de entrada estaba la niña Blanca.  Ella, mujer menuda, pasando quizá de los cincuenta, proveniente de uno de los lugares más "calientes" en los últimos años en cuanto a la violencia y las pandillas - San José Las Flores, en Tonacatepeque - , agente de la pastoral de Derechos Humanos de su parroquia y antes que nada, una mujer cachimbona.

La saludé. En su cara se veía patente el dolor, dolor por la repentina muerte de Héctor,  dolor por el repentino cierre de Tutela, dolor por la decepción hacia la jerarquía, dolor por otro golpe más que recibe en su camino de entrega a los demás.

[Ser agente de pastoral de Derechos Humanos, como la Niña Blanca o defensor de derechos humanos, como Héctor, es una historia de golpes]

La Niña Blanca me abrazó fuerte. No es lo normal entre nosotros, pero era normal esta vez.  Hablamos de Héctor, y su huella en los años que acompañó a la gente de esa parroquia, de cómo les había ayudado a levantar ese trabajo tan difícil que es volverse un defensor de derechos humanos, un defensor de los jóvenes, en especial. Me habló de cómo Héctor les había ayudado a organizarse, a planificar, a permitirse soñar.

En algún momento me contó la historia de este muchacho que le pedía ahora a ella que les ayudara a conseguir un espacio donde pudieran estar junto a los demás, sin sentirse discriminados, sin sentirse amenazados. Le dije que me llamaba la atención cómo seguramente en algún momento ella había sido como ese muchacho, pidiendo a la gente de Tutela ayuda y cómo ahora, con el trabajo que habían hecho con Héctor era ella quien se volvía la persona en quien los jóvenes se sentían con confianza de contarles, de pedirles ayuda para realizar un sueño.

Le hablé a la niña Blanca de aquel sobador del pueblo, quien había aprendido de su papá - que también fue sobador, igual a su papá -  a que había que ponerse miel en los golpes. Lo más dulce ahí donde más duele. Las palabras, el estar, el acompañar, el quedarse ahí, es miel en el golpe. Le decía a ella cómo había que darnos permiso de sentir para poder seguir adelante, para que no nos cayera una losa encima que no nos dejara sentir, porque la sensibilidad hacia los demás es lo más importante cuando uno quiere defender esos derechos tan fácilmente atropellables.

[El arzobispo cerró Tutela una semana atrás. Como ocurre con quienes se hunden en un pantano o en arenas movedizas, entre más movimientos y entre más tiempo pasa, más se hunde.]

Me decía la niña Blanca  que ojalá esta crisis fuera un momento que hiciera despertar a quienes están dormidos. A quienes se fueron quedando callados. A quienes solo fueron viendo cómo se ha ido sacando la historia de sangre y testimonio de los libros de la historia oficial de la Iglesia católica salvadoreña. A quienes se indignaron calladitos cuando borraron murales y otros testimoniales de los mártires - laicos y religiosos -, cuando prohibieron los cantos de la misa salvadoreña, cuando fueron acabando con las comunidades eclesiales de base, cuando fueron suavizando los contenidos de doctrina social, cuando fueron metiendo más y más aquellas ideas de que el cristiano no se mete en política - excepto cuando sea para meter una agenda ultraconservadora como algo universal - , cuando fueron cambiando el significado de caridad como algo compartido horizontalmente entre los que sufren a algo que se da desde arriba hacia abajo, desde el que tiene (autoridad, poder, pisto, sobras) hacia el que no tiene más que motivos para dar lástima.

Mientras hablaba sobre lo difícil que era recibir golpe tras golpe en ese trabajo que hace voluntariamente, movida por su fe y su sensibilidad, la niña Blanca me dibujó clarito el concepto de resiliencia: vamos a seguir luchando, porque es justo, porque los jóvenes y el resto de la comunidad lo merecen, por Héctor, por el resto de compañeros de Tutela que les han acompañado y creído en ellos, en que pueden organizarse y luchar por hacer de sus comunidades lugares mejores, en que pueden hablar y convencer de algo bueno a las autoridades oficiales y a los pandilleros, en que a pesar de todas las cosas en contra, vale la pena seguir trabajando.

Mientras veía a la familia de Héctor llorar en el cementerio pensaba en como uno se multiplica. Cómo quien se entrega a servir a los demás, a pesar de sus yerros, de sus carencias, se multiplica, se crece, se queda. Héctor sufrió tortura y exilio, volvió al país a seguir trabajando en la defensa de derechos humanos y esa fue la convicción que le hizo seguir adelante. Como todas las personas que dejan huellas, uno se queda preguntando cuántas cosas más se podrían lograr si no hubiera partido. Como todas las personas que dejan huella, uno se da cuenta del enorme espacio que ocupaban aunque no se hicieran notar. Quizá Héctor no notase cuánta falta hacía, pero necesitaba estar de vuelta ahí, haciendo lo que sabía que era importante. Y así dejó huella.

Ver los ojos de la niña Blanca afirmar que detrás del dolor venía la fuerza de seguir adelante, que a pesar de arzobispos, elecciones, treguas, falta de financiamiento, incomprensión, enfermedades, discriminación, cierres, golpes y más golpes, seguirán adelante hasta que alguien más tome su lugar, da esperanza.

En algún momento, ella me dijo que estaba preocupada unos días atrás porque no tenían quien diera unas charlas a los jóvenes, charlas sobre cosas de las que los psicólogos solemos hablar: autoestima, relaciones personales, autocontrol y esas cosas que muchos ven como poco importantes. Me dijo que Dios no la había desamparado: había conseguido un psicólogo que le iba a ayudar a dar esos temas y otros más. Que era importante, que ella y el padre sabían que eso era importante. Terminamos de hablar poco después de eso. Nuevamente nos abrazamos fuerte. Hay que seguir adelante.

Víctor


P.D.:

* Sirva este texto para dejar constancia de mi admiración y respeto por la persona que fue Héctor Rivera, ex trabajador de Tutela, defensor de derechos humanos, quien al momento del cierre abrupto de dicha instancia, se encontraba hospitalizado. Triste su partida, triste que gente como él vayan siendo menos. Triste que este golpe caiga sobre los compañeros de Tutela Legal en esta circunstancia tan jodida. Desde acá mi condolencia a la familia y mi solidaridad con los compañeros de Tutela en su búsqueda de justicia ante una decisión tan oscura y unas acciones tan deleznables.

** Hoy, 10 de octubre, es el día de la psicología en El Salvador, y el de la salud mental en el mundo. Los nosécuantos minutos que me quedé con la Niña Blanca, escuchando y hablando valieron como la más grande felicitación de la vida por haber elegido ser psicólogo.

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