miércoles, 17 de septiembre de 2014

Uno de fe y terquedad

Quiero creer.
Así de sencillo, siempre quiero creer.
Quiero pensar que es posible.
Quiero vencer mi recia armadura mental y sentir que se puede.
Que podemos.
Que vale verga, hay que probar.
Que lo peor que puede pasar es que no pueda, o me digan que no.
Es el ejercicio mental de vencer mi propio escepticismo, la marejada de dudas que llegan, la muy leve confianza.

En ese ir y venir se llega un primero de junio. Hemos votado meses atrás, pensando más que lo menos peor, es que elegimos aquello a lo que más fe pueda ponerse. A pesar de las dudas, a pesar de la desconfianza.

Se llega junio y el traspaso de mando. Pasan cien días, mil días, qué importa. Las cifras, ese fetiche de nuestros días, apuntan siempre cosas jodidas. La gente, azuzada por los gritos y la sangre sobreexpuesta es llevada al cauce a punta de despertar sentimentalismos y angustias encarnadas en las heridas aún abiertas. Gritan, dándose la espalda unos a otros. Sin reconocerse, desconfiando todos de todos.

Arriba, la buitresca, jalando de tendones y pellejos de una patria que aún no está muerta. En medio, los vociferantes, los que suben y bajan el volumen de los gritos según convenga.

Allí, en ese país es donde uno tiene que crecer la fe. Ahí es donde se debe construir. Ahí, justamente donde todos vamos tentando a oscuras, con la afilada daga en las manos.

Ahí se lucha, se cree, se cae y se vuelve a levantar, se construye y se ve caer todo a pedazos. Se sigue picando piedras con la fe de quien apunta a que un día habrá una catedral.

Ahí, arrojados a la barriga del monstruo, construimos. Ahí, donde todo muere, donde la fe la despedazan a dentelladas y luego hacen una fiesta de ello, seguimos adelante.

Aunque nadie mire el color con que manchamos las paredes. Aunque siempre nos quiten el volumen a nuestro grito de fe.

Aquí estamos.


1 comentario:

Carlos Minero dijo...

...y no nos ahuevamos.