jueves, 4 de octubre de 2012

Canto de grillo


En San Salvador, invadido hoy por hoy por los voraces geckos, ya no suenan los grillos. O suenan en muy pocas partes de la ciudad. Se me ha hecho más evidente mientras estoy acá en La Palma, e una actividad del trabajo. No escucho geckos, si no grillos. Estos pequeños reptiles no solo han acabado por desplazar a nuestras lagartijas comunes, si no además han acabado con los grillos y arañas. En las noches citadinas, aparte de perros, gatos, carros acelerados, y sirenas de policías, solo suena de cuando en cuando esa especie de sonoro y agudo beso de la llamada del gecko. Cómo llegaron a nuestro país, como muchas cosas que pasan, no se saben. Pero si, seguramente ha sido porque en alguna parte alguien tuvo la brillante idea de traerse esa especie a algún cultivo de estos que hemos metido en nuestras tierras destruyendo selvas y comunidades sin control, y que al ser de fuera son susceptibles a insectos y plagas propias de nuestras tierras. Tarde o temprano, esta adaptable especie, sin sus depredadores naturales y sin una competencia tan fuerte, ha ido creciendo rápido, desplazando a nuestra fauna original.  

Mientras oigo a los grillos, pienso en algo de lo que me tocó hablar esta mañana. Hablaba de nuestra responsabilidad, de lo que nos corresponde ser al menos conscientes: de como nos afectamos a otros con tanta facilidad. Ninguna persona es una isla, decía Merton en uno de sus escritos más famosos. Cada uno somos un nodo donde se concentran muchas relaciones, vinculamos a muchas personas a nosotros - aunque a veces creamos que esto no es cierto por nuestra hurañez -.

Lo que nos afecta a uno tarde o temprano afecta a los demás porque estamos unidos por lazos de los que no siempre somos conscientes, de los que no siempre nos hacemos responsables. Sometidos por la cotidianidad de este mundo que vamos construyendo con muros cada vez más altos, olvidamos que formamos parte de esa gran comunidad de comunidades llamada humanidad y que cada vez que hacemos algo a alguien lo hacemos también a quienes les importa esta persona, a quienes tienen contacto con esta persona.

¿Qué hacemos con este detalle tan pequeño pero tan grande? Es tan delicado, tan sencillo generar un cambio en el mundo que nos rodea, tan fácil perjudicar o favorecer, tan frágil el equilibrio de todas estas redes y tanto nuestro poder. La pregunta es ¿cómo y para qué lo usamos? Es necesario preguntar, volver sobre nuestros pasos y seer conscientes de la huella, del efecto de nuestras acciones y nuestras omisiones, de nuestras palabras y silencios. Estando tan vinculados como estamos - y más aún con tantas nuevas formas de vincularnos aún en la distancia - es imposible no generar un efecto en alguien más en esta era de hiperconectividad y de la inconsciencia.

Hoy pensaba en esto. Quise dejar constancia de mi reflexión. De mi vuelta a esta consciencia.

Que cese el canto de los grillos parece ser algo tan nimio, tan insignificante, pero que nos dice tanto sobre nuestro ir por el mundo destruyendo tanto con nuestros descuidados pasos. Ojalá cambiemos un poco, y poco a poco ir cambiando todo. Ojalá este canto de grillo ayude a hacer pensar al menos un segundo un poco. Y ojalá vayamos cantando todos, de apoquitos, hasta inundar de sonido la negra noche que parece que nos vamos echándonos encima.

Víctor

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