No digo que no duela su muerte, me duele como solo duelen las partidas de quienes más nos han marcado en la vida. Pero es un orgullo haber compartido parte de mi vida, haber sido formado en parte por un hombre tan vergón como él. Y dejo estas líneas para recordarme a mí mismo su ejemplo, que no necesita homenajes, que necesita que se continúe haciendo lo que el humildemente buscaba hacer desde sus posibilidades. Eso. Ayer fui el último en entrar a visitarlo al hospital. No pude ayer más que decirle gracias por todo, Papi.
sábado, 20 de noviembre de 2010
Hasta siempre, Papá Julio
No digo que no duela su muerte, me duele como solo duelen las partidas de quienes más nos han marcado en la vida. Pero es un orgullo haber compartido parte de mi vida, haber sido formado en parte por un hombre tan vergón como él. Y dejo estas líneas para recordarme a mí mismo su ejemplo, que no necesita homenajes, que necesita que se continúe haciendo lo que el humildemente buscaba hacer desde sus posibilidades. Eso. Ayer fui el último en entrar a visitarlo al hospital. No pude ayer más que decirle gracias por todo, Papi.
sábado, 13 de noviembre de 2010
A mi abuelo, antes de no poder decir nada más
Hace 24 horas no pensaba en mi Papá Julio con la gravedad de quien sabe que debe hurgar profundo en cada recuerdo, antes que se escapen de la memoria como él se va escapando de la vida de manera tan sorpresiva y acelerada. Mientras yace en el hospital, pienso en cada lección de vida, en los momentos que pasamos juntos. Hace 21 años, por ejemplo, al llegar la hora del toque de queda me quedaba con él ahí por el chorro de la casa, oyendo las noticias sobre la ofensiva. él se preguntaba por Álvaro, su sobrino, quien andaba guerrillereando en Guazapa.
Por esos años mas o menos él me enseño a usar bien la atarraya. Él tiene una atarraya pequeña, una chimbolera, de hoyo pequeño y tamaño apropiado para que un niño de 8 años aprendiera a tirarla en un río que entonces no era sistemáticamente contaminado. Por esos años aprendí también a usar el azadón, el pico, la pala, el chuzo. Aprendí a agarrar bien el tenedor y la cuchara, a no hacer ruido al masticar ni al sorber. Supe cómo se sembraba el maíz con que mi abuela hacía las tortillas. Aprendí a destuzarlo, a desgranarlo a mano, a llevar el huacal al molino para que mi abuela lo moliera. Aprendí a saludar a todo mundo con un buenos días, a disfrutar de los valses, a respetar mucho a los ancianos y a sacarles plática de sus recuerdos. Un poco después me enseñaría a usar una pistola por si acaso, a hacer nudos para amarrar hamacas, a apreciar las capas de cenizas en los cerros cortados por las calles.
No me va a alcanzar la noche. Hay demasiado recuerdo al que aferrarme antes que mi viejo estire las chancletas. Ojalá no sea esta noche, ni mañana. Todavía no he aprendido el cuento de la ciudad de los pedos para contárselo a una nueva generación. Todavía no sé bien cuando es que está de punto el zapote para cortarlo y ponerlo a madurar. Aún no me he aprendido todas sus muecas. Pero si se va en estos días, al menos lo que he aprendido de él ya me vale para un aplauso de piojo, y para un plato de cusuco en miel y otro de garrobo en leche, sus platos -imaginarios - favoritos.
Gracias mi viejo. No se vaya todavía, pero si se va no venga a morderme el cachete con su cientoun diente. Mejor dígame cómo se hace para ser tan vergón durante una vida entera.
Por esos años mas o menos él me enseño a usar bien la atarraya. Él tiene una atarraya pequeña, una chimbolera, de hoyo pequeño y tamaño apropiado para que un niño de 8 años aprendiera a tirarla en un río que entonces no era sistemáticamente contaminado. Por esos años aprendí también a usar el azadón, el pico, la pala, el chuzo. Aprendí a agarrar bien el tenedor y la cuchara, a no hacer ruido al masticar ni al sorber. Supe cómo se sembraba el maíz con que mi abuela hacía las tortillas. Aprendí a destuzarlo, a desgranarlo a mano, a llevar el huacal al molino para que mi abuela lo moliera. Aprendí a saludar a todo mundo con un buenos días, a disfrutar de los valses, a respetar mucho a los ancianos y a sacarles plática de sus recuerdos. Un poco después me enseñaría a usar una pistola por si acaso, a hacer nudos para amarrar hamacas, a apreciar las capas de cenizas en los cerros cortados por las calles.
No me va a alcanzar la noche. Hay demasiado recuerdo al que aferrarme antes que mi viejo estire las chancletas. Ojalá no sea esta noche, ni mañana. Todavía no he aprendido el cuento de la ciudad de los pedos para contárselo a una nueva generación. Todavía no sé bien cuando es que está de punto el zapote para cortarlo y ponerlo a madurar. Aún no me he aprendido todas sus muecas. Pero si se va en estos días, al menos lo que he aprendido de él ya me vale para un aplauso de piojo, y para un plato de cusuco en miel y otro de garrobo en leche, sus platos -imaginarios - favoritos.
Gracias mi viejo. No se vaya todavía, pero si se va no venga a morderme el cachete con su cientoun diente. Mejor dígame cómo se hace para ser tan vergón durante una vida entera.
domingo, 7 de noviembre de 2010
Invitación
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Queda abierta la invitación. Es un lindo proyecto con jóvenes de Suchitoto, del que he escrito un poco acá donde el amigo Hunnapuh.
Ojalá puedan asistir.
Víctor
P.D.: Pronto vienen cambios en este espacio, incluido que planeo volver a postear con frecuencia, estén pendientes. :-)
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