miércoles, 12 de diciembre de 2012

Siempre el "por qué".

Mucho de mi trabajo tiene que ver con ir tomándole el pulso a las intervenciones que hacen varios equipos de trabajo. Valorar los resultados obtenidos contra los resultados esperados, determinar tendencias, y sobre todo, saber explicar por qué tenemos esos resultados.

El asunto es que aprendí, proceso terapéutico de por medio, a que el porqué se vuelve vacuo y que lo correspondiente, lo que mueve, es un "para qué".

Y ahí me encuentro, en el punto medio del proyecto al que estoy asignado, intentando equilibrar los por qué con los para qué, intentando dar sentido a cosas que por diseño se limitan a buscar cierto objetivo pero que deberían circunscribirse a algo más alto y trascendente.

Pienso en esto, en la gente a la que nos debemos. Pienso en cómo desde sus expresiones a veces tan simples nos botan el esquemita con el que llegamos en plan de seudoconocedores, con la arrogancia de nuestros indicadores y metas altas mientras ellos requieren un saber estar que es difícil de encasillar en una cadena de resultados o en los rubros de un presupuesto.


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