viernes, 9 de marzo de 2007

Rufina Amaya

El 24 de Marzo de 2002, partía junto a Gabriel, Roberto, Tambo y Curbelo rumbo a la Comunidad Segundo Montes, en Morazán. Era la primer vez que yo determinaba no pasar la Semana Santa con mi familia en Nejapa , que es de donde son originarios mis papás.

La idea consistía básicamente en lo siguiente: ir a pasar en una comunidad rural toda la Semana Santa, acompañando a estas personas en la celebración de las fechas en que los católicos recordamos la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El lunes y martes daríamos un taller de crecimiento espiritual y personal a los jóvenes líderes de la Pastoral Juvenil, PJ, de aca en adelante, de toda la Comunidad Segundo Montes, un grupo de 10 asentamientos (si no recuerdo mal eran diez, los que recuerdo: Hatos 1 y 2, Barrial, Los Quebrachos, La Joya, la Colonia Monseñor Romero, San Luis, y de los otros si ya no me acuerdo) de gente que fue repatriada del campamento de refugiados de Colomoncagüa en Honduras. El miércoles de esa semana haríamos una convivencia con jóvenes de todas los asentamientos en el Río Negro, el jueves, viernes y sábado el equipo (que se ampliaría a partir del miércoles con unos jóvenes estudiantes del Externado de San José, y unos amigos más) lo pasaríamos repartidos en los diferentes asentamientos.

El perfil de nosotros era bien diverso: Gabriel, Luis, Roberto, César y yo éramos estudiantes universitarios, los primeros eran ex-aspirantes a jesuitas y yo que era un ex lider de un grupo juvenil salesiano. Los cipotes del Externado eran estudiantes de segundo año de bachillerato, casi todos con alguna experiencia previa en ir a comunidades de la zona rural del país a hacer actividades diversas, a ellos les acompañaba un aspirante a jesuita, que estaba en su fase de Filosofado o Teologado, no recuerdo bien.

El primer contacto con la comunidad fue toda una aventura, pues Gabriel no recordaba con quien tenia que ir a hablar asi que pegamos una buena caminada buscando a un señor cuyo nombre se me escapa. Luego las cosas se fueron dando, el taller salio bastante bien y la química entre nosotros, que era primera vez que trabajábamos juntos, surgio espontáneamente. El taller lo dimos sólo el Gabo, Tambito, Curbelo, Roberto y yo, puesto que los demás se irían incorporando poco a poco. Lo pasamos de lo más divertido, y cuando llegaron los demás ya hasta andábamos hablando con ese cantadito particular que tiene la gente de Morazán.

El miércoles, estábamos casi todos juntos, y nos dispusimos a ir a la convivencia con los jóvenes. Al regreso nos separaríamos, Tambito y yo íbamos para Quebrachos, los demás se repartirían en el resto de asentamientos, todos en pareja. La convivencia fue un éxito, excepto porque al regreso cuando veníamos subiendo la cuestecita que viene de Río Negro al Llano del Muerto, al camión – un viejo camión que servía para llevar arena y grava – se le quebró una tabla de un lado y por poco nos caemos muchos de los que íbamos atrás.

Cuando llegamos a San Luis, nos bajamos Tambito y yo, fuimos a recoger nuestras cosas y una ex religiosa que trabaja con la comunidad nos dio a elegir donde nos quedaríamos, Tambito se fue donde la familia que vivía cerca de ésta señora, y yo iba para la casa de Rufina. A mi el nombre se me hacía conocido, había leído de una tal Rufina en el libro Las mil y una historias de Radio Venceremos, y el año pasado había leído el libro “Luciérnagas en el Mozote”, y había llorado leyendo el testimonio desgarrador de Rufina Amaya quien fue testigo y sobreviviente de la masacre de más de 1000 personas en el cantón El Mozote. Yo me preguntaba a mí mismo si sería la misma Rufina, no me atrevía a preguntar a la señora, y me dirigía a su casa entre una mezcla de duda y emoción.

Llegamos al lugar donde habíamos hecho el taller, y allí conocí al esposo de Rufina, con quien caminaríamos hasta su casa. En el camino iba admirando el atardecer, del que tomé algunas fotos. Al llegar a la entrada de la calle que lleva a su casa, nos despedimos de Tambito y de la señora cuyo nombre no me acuerdo, luego nos encaminamos hacia la casa, ya casi estaba oscureciendo. Ella nos salio a recibir con su hija menor, me dio un abrazo, me hizo pasar adelante y luego me mostró donde dormiría. Durante la cena estuvimos platicando de mi, de mi experiencia, y yo preguntaba de cómo era que hacían los jóvenes que llegaban a “misionar” (asi se le dice a ese acompañamiento que hacemos). De entrada me dijo que me sintiera como en mi casa y como si fuera de su familia. Y de verdad me hizo sentir así.

Antes de dormir, mientras reflexionaba sobre lo ocurrido en el día, recordaba lo que habìa leído y pensaba en esa mujer tan vivaz y tan fuerte que había conocido. Apenas lo podía creer, estaba frente a una persona que había sobrevivido a una de las peores atrocidades que se habían vivido durante la guerra de nuestro país, y ella estaba atendiendo a su familia, platicando conmigo, riéndose de mis bromas. Estaba frente a mi una de las mujeres que mas admiraba por la entereza y el valor que mostraban, por su testimonio.

A la mañana siguiente seguíamos platicando, ella no quería que yo le ayudase a lavar los trastos mas terminó aceptando, luego de un rato, llego Tambito y nos fuimos a arreglar las cosas para la celebración de la tarde. De lo que ambos habíamos logrado platicar con las gentes que nos acogían en su casa encontramos que no había un recambio generacional en los liderazgos y que se necesitaba que los jóvenes asumieran un papel más activo, pero que los adultos mostraban cierta desconfianza, quedamos en que yo hablaría de eso en la reflexión del evangelio. Regresamos a almorzar y mas tarde caminamos de nuevo al templo, que estaba lleno. La celebración de la palabra no me fue tan difícil, aunque era la primera vez que lo hacía en mi vida. La reflexión se volvió interesante, muy participativa y amena, luego de ella con varios de los adultos seguiamos discutiendo sobre cómo podían hacer para estimular a los jóvenes. Con Rufina y su esposo íbamos hablando de ésto, y les contaba de mi experiencia trabajando con papas e hijos en el grupo al que habia pertenecido.

Durante esa cena, hablábamos de algo que una señora me habia contado, era sobre la falta d agua que pasaban, y de ello nacio la plática de cómo habían llegado allí y de allí Rufina comenzó a contarme su historia. La misma historia que había leído, las mismas imágenes inimaginables, pero contadas de viva voz, viendo a los ojos de ésta mujer que se desagarraba con cada vez que contaba su historia, a la vez que se notaba una fuerte su determinación por hablar de ello para que eso no quedase en el olvido y se hiciera justicia. Hablamos más y más, me contaba de cómo había sido de difícil para ella la exhumación de los cadáveres, de que había recibido varios reconocimientos, de la gente que había conocido, de cómo había sido la vida en el campamento, y del regreso al país y de cómo habían intentado ser una comunidad modelo y de como poco a poco las cosas fueron cambiando y del desencanto después de la guerra. Ella me contaba que le pedía a Dios fuerzas para contar su historia, y de que el mayor premio para ella sería que se hiciera justicia, tambien me contaba de cómo en la comunidad se había logrado mantener cierta unión entre sus miembros pese a que hubieron muchos conflictos.

Los siguientes días se me fueron como agua: el viernes celebrar el Via Crucis, el Descendimiento; obviamente iba tocado por lo que había escuchado la noche anterior y eso salió e los comentarios que hice sobre la muerte de Jesús en la cruz, de cómo en ese acto de entrega Jesús se ponía al mismo nivel que ellos que habían sufrido y seguian sufriendo cada cosa que pasaban por la vida, y de cómo ese sufrimiento debía volverse una fuerza que en lugar de hundirnos nos diera un empuje para salir adelante, unidos, como habían ido hasta el momento. Recuerdo esos comentarios porque lo que había pensado decir era otra cosa. Esa tarde escuche tres o cuatro relatos más de lo ocurrido en la guerra, todos tan impactantes como lo que me había contado Rufina.

El sábado tocaba organizar la Vigilia Pascual, para lo que teníamos que hablar con los líderes para ver cómo se organizarían para ir al Templo que se estaba construyendo en San Luis. Nosotros teníamos que bajar allá para organizar con el resto del equipo, luego regresaríamos a traer nuestras cosas para luego bajar con la mayor parte de la gente. La misa estuvo bella, por la sinceridad de la gente, por ese calor con que celebraban la Eucaristía. Luego nos quedamos haciendo una media vigilia con quienes quisieron quedarse; fueron bastantes y como casi siempre y sobre todo, mujeres.

Allí tocó improvisar en algunos momentos, hacer participar de las dinámicas de animación a un grupo de señoras no era fácil, mas todo salió muy bien. Algunos de nosotros, que habíamos caminado bastante más que otros ese día, estábamos bastante más apagados pero dimos el todo, pese a que sabíamos que Gabriel se había regresado el jueves a su casa, pues su papá había muerto. A la mañana teníamos que partir temprano, porque el bus pasaba a horas fijas. El trayecto se nos hizo agua, no nos entretuvimos mucho en San Miguel. Cuando vine a la casa lo que hice fue acostarme.

De Rufina y su familia me despedí esa madrugada, fue una despedida un poco menos emotiva que la que nos dimos el sábado por la tarde, cuando yo me iba con la mayor parte de la gente para San Luis. En la noche anterior le había escrito un poema en una libreta que andaba. No recuerdo que puse, pero sé que lo hice con el corazón. Se lo dí la mañana del sábado, alcance a tomarme unas fotos con ella y su esposo, y les leí el poema. Por la tarde, al despedirnos nos dimos un abrazo fuerte, y prometí regresar – habíamos quedado en seguir llegando a trabajar con la PJ todos los sábados por la tarde – a ella y a mi se nos salieron un par de lágrimas. Solo regresé una vez a su casa, una vez que hicimos un retiro para los jóvenes, aproveche que sería en Quebrachos y subi hasta su casa para saludarle. Me quedé un ratito, y prometí volver, cosa que ya no hice, al menos fisicamente, pues siempre volví con el corazón.

Así mi historia. A Rufina la enterrarán el domingo, según leí en el periódico. Pero el recuerdo de ésta mujer perdurará, no porque haya quedado retratado en un libro si no porque el testimonio, como solemos decir en mi comunidad de la iglesia, convence y fortalece. Y es así. El testimonio de Rufina convenció a muchos de que había que luchar porque se hiciera justicia con las vìctimas de la masacre de Mozote, y a muchos les fortaleció para seguir adelante en su trabajo, para no claudicar en la búsqueda de justicia. Porque el recuerdo de su testimonio queda como una estampa perenne en el corazón de quien fue tocado por él; para quien tiene la sensibilidad mínima ese testimonio se vuelve un recordatorio permanente que da animos a seguir luchando.
El cambio que el testimonio de esa mujer operó en mi fue más allá de sensibilizarme hacia ese tema. De algún modo esa experiencia conjunta me había determinado en un camino que yo no tenía muy claro al iniciar mi carrera: si en algo iba a trabajar, sería buscar apoyar a estas personas que habian pasado por todo ésto. Y sigue siendo algo que me inspira. Gabriel me decía que ir a misionar las semanas santas era recargar pilas, y era volver a la tierra, adonde teniamos que poner los pies. Y vaya que tenía razón. Volver a esas noches en que platiqué con ella, me da esa misma sensación.

La herencia de Rufina es más que conocer lo que ocurrió en el Mozote de voz de una mujer que estuvo a punto de morir allí y que perdió a casi toda su familia y la gente que conocía, su lucha nunca fue movida por el odio o el deseo de venganza, ella quería que se conociera la verdad para que nadie más pasara por eso, que se hiciera justicia para que eso no volviera a pasar. Ella pudo haberse tragado su dolor y haber vivido para sí, pudo haberse dejado doblegar por el peso de sus seres queridos que no estaban más con ella, pero eligió seguir viviendo con los demás y regalar esa parte de sí, eligió tocar una y otra vez la cicatriz que llevaba en el corazón para mostrarle al mundo lo que ocurrió. Lo que le ocurrió.

Muchas lecciones podemos sacar de la historia de Rufina, más aún en éste día que se conmemora el Día internacional de la mujer, pues Rufina era una mujer, un ser humano al que la sociedad hace ver como un ser humano de segunda categoría frente al hombre, era una campesina, una madre. Hay quienes insisten en señalar a la mujer como un ser débil y voluble, de hecho hay una cancion de ópera (es de la ópera Rigoletto, de Giuseppe Verdi) que recuerdo en voz de los 3 tenores y que dice:

La donna è mobile (La mujer es voluble)
qual piuma al vento, (como pluma en el viento)
muta d' accento (cambia de idea)
e di pensier! (y de pensamiento) "
Sin embargo, por más que la ideología nos imponga ésta idea de mujer (y muchas sigan creyendo esos cuentos de “son cosas de mujeres”, etc.), la realidad nos muestra que la verdad es otra, nos da señas innegables de la determinación de éstas, lo firmes que son en las cosas que importan. Que mejor ejemplo si no Rufina de la determinación y la perseverancia en narrar su historia a aquellos que quisieran oirla, para decirle al mundo con todo y su dolor: “Esto pasó acá, hay que hacer algo para que no vuelva a pasar”. Cuanta lección podemos sacar de una mujer como ella, especial en ese sentido pero que no dejó de ser madre, amiga de muchos, trabajadora en su casa como muchas otras salvadoreñas, a ella se le recuerda por su testimonio pero su vida era más que eso. Era un testimonio de lo ocurrido y de que a pesar de ello se debe seguir viviendo, se debe seguir luchando y amando.

En ésta fecha en que me he llevado un par de lecciones sobre lo que representa el día, pongo como ejemplo a Rufina, de testimonio de mujer sencilla, una salvadoreña como hay muchas en la ciudad y el campo, mujeres que viven día a dia en una sociedad a la que ellas sostienen desde la invisibilización a la que se les somete. Sirva pues éste psot como un homenaje póstumo a ésta mujer que eligió vivir a plenitud, que optó por hacerse cargo de su realidad y de transformarla, que prefirió amar que vivir del odio, que perdonó sin olvidar, que buscó justicia y o venganza. A esa señora que no eligió ser mujer, que no eligió ese sufrimiento, pero lo asumió con entereza y sacó de el sufrimiento que vivió gestos imperecederos y palabras de campesina que sirven para cambiar al mundo.

Un saludo tardío a las mujeres que visitan este espacio.
Sigan brillando, crazy diamonds...

Victor

P.D.: Este es probablemente el post más largo que he escrito y el que me ha llevado más tiempo escribir, gracias por llegar hasta acá y disculpen los errores de dedo que pude haber tenido. Las fotos que he seleccionado son de ese viaje, tome "prestada" la cámara digital que recien le habian regalado a mi papá, una Nikon que salió muy buena y que aún añoro. Lamento que la foto donde salgo con Rufina y su esposo salga movida, aún no aprendía a usar bien la cámara y por más que intenté arreglarlo no pude corregir el error con ningún programa de imagen.

8 comentarios:

blah dijo...

Muy bonito post!

Nancy dijo...

Sumamente interesante.
Gracias por compartir.

ixquic* dijo...

:) hay esperanza! si hay gente como vos.

Anónimo dijo...

ME ALEGRA TU POST, ME entusiasma la idea de que hay muchos salvadore☺os como tu, que se acercan verdaderamente a la vida de los salvadore☺os. La experiencia vivida te da la oportunidad de discernir la verdad en cuanto a las necesidades de nuestra gente y COMO Y DE QUE MANERA PODEMOS COLABORAR para mejorarles un poquito el diario vivir.

NADIE PUEDE INFLUENCIARTE, despues de haber visto, oido y palpado "lAS COSAS DE NUESTRA TIERRA"

Anónimo dijo...

Qué gran experiencia, Víctor. Yo -como la mayoría de personas- sólo la conozco a través de testimonios; de libros, por mi papá, que la conoció cuando él era maestro en El Mozote, mucho antes de la guerra, y ahora un poco más por el tuyo. Pero como vos decís, las lecciones que ella deja son muchas, a nivel personal y social.
Y disculpá la tangente, pero leer sobre Tambo me dio un "nojequé". Creo que lo conocí por esas fechas, y precisamente por su determinación a marcar un camino diferente en nuestra realidad.

Anónimo dijo...

Hola...

Que bonita experiencia... yo he escuchado un poco sobre El Mozote pero francamente no se mucho y me gustaría conocer bien la historia de Rufina... Ya voy a ver donde la encuentro.

Te felicito porque veo que sos una persona bien espiritual... personalmente no me agradan las personas que se la pasan metidas en la iglesia dandose golpes en el pecho y solo son hipocresías... me doy cuenta que vos y tus amigos son diferentes porque no solo son espectadores, también actúan y hacen algo por el prójimo... eso es de admirar.

Chau beibi...

manuel peña dijo...

victor:

este post es una verdadera belleza pues toca el corazon, mucho mas para algunos de nosotros q somos sensibles y que admiramos la manera de vivir de los menos favorecidos, y q no contentos con eso soñamos con un cambio profundo que algun dia se va a dar en este pais,y porq no decirlo en este mundo, la historia de rufina es una historia unica, que te hace sentir como el corazon palpita, como late junto al corazon de miles de salvadoreños obreros, campesinos, de visión progresista que sin ninguna politiqueria salen dia a dia a su lucha diaria, la lucha del pueblo... la verdadera revolución, gracias por compartir tus vivencias que como siempre son conmovedoras... pero bueno hasta luego amigo, de nuevo gracias y para vos los mejores deseos.

Gracias a Dios que nos permite encontrarlo a el através de los pobres y desposeídos... es quizas la mejor manera de encontrarlos

grande, Vic

Anónimo dijo...

Estimado Sr. Víctor,
Le solicito permiso para publicar un fragmento de esta entrada de su blog en nuestra próxima edición de El ojo de Adrián.
Le ruego me conteste a:
editor@elojodeadrian.com
Saludos cordiales,
Enrique Walden-Lagos
Editor