Pienso en la gente buena con quienes trabajo todas las semanas, gente que está haciendo un esfuerzo por entender mucho de lo que queremos hacerles ver porque saben que necesitan prepararse para poder ayudar. Pienso en como se van reubicando, en como van de a poco entendiendo su lugar en medio de una sociedad como la que tenemos. Pienso en los jóvenes con quienes he hablado recientemente, cómo se tienen fe aún en medio de esta locura (de alguna manera me recordaron unos de ellos a los de mi post anterior), pienso en tanta gente que lucha por sumarle algo bueno a este país. Y no dejo de sentir tristeza por el rumbo que, desde quienes tienen poder, se le da a este y a tantos otros temas.
Y no soy el único con preocupación, cansancio, desesperanza. Leo a alguien como la Virginia, cansada de esto, leo a Don Carlos teniendo que recordarnos lo del "Paratiay" con tristeza, leo a la Ana teniendo que hacer catarsis por su país tan lejano y doloroso, veo a mi compañera de trabajo luchando contra la desesperanza y la Ligia recordándome que nuestra es tristemente un ejemplo perfecto de qué hacer para mantener vivo un conflicto sociopolítico, con o sin guerra civil de por medio.
Dice José Luis Sanz, en una columna de El Faro que estamos en una tierra de machos acostumbrados a resolver los dilemas por la vía fácil y presumir de certezas. Quizás así sea. Con los hechos del día a día la desesperanza es lo normal. Con este rumbo cuesta encontrar a qué aferrarse, qué puede darnos tantita esperanza. Yo mismo he de decir que recientemente me he encontrado a medio camino entre la fe y la muy racional desesperanza.
Con todo y todo, gente reciente, jóvenes y adultos que he encontrado me han llevado a recordar que toda construcción social puede deconstruirse. Que podemos armar otras estructuras desde abajo, desde los de abajo.
Decía Monseñor Romero que con este pueblo no cuesta ser buen pastor. Es fácil ver Cuando veo gente como la que he compartido en estos días en que he tenido la oportunidad de hablar de lo poco que sé sobre los y las jóvenes se me hincha la fe y pienso que si los impulsamos, si nos unimos a ellos podemos revertir aunque sea tantito esta vorágine. Que con gente que les brilla tanto los ojos como ellos es posible. La gran pregunta es quienes vamos a su encuentro.
Todo lo grande acontece en la tempestad, recordaba Heidegger en un su discurso. Habrá que preguntarse si no será tiempo de salir a la búsqueda de ello. Aferrados a este barco poco falta para ser parte del naufragio.
1 comentario:
Ánimo Víctor, ir en contra de la corriente no es fácil, tiene razón el periodista Sanz, pero lo que ha salvado este país siempre ha sido que hay uno que otro idealista como vos dispuesto a dejar el pellejo en el camino que han elegido, luchando por lo que consideran correcto. La solución no viene de los viejos, viene de ustedes, de tu generación y de la generación víctima de las decisiones que tomamos nosotros los viejos. Ánimo Víctor.
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