
Hace tres años, un 27 de Mayo, como a eso de las 7 AM estaba leyendo la versión electrónica de La Prensa Gráfica. Entre las declaraciones de el ahora ex-presidente Francisco Flores Pérez y las promesas de Antonio Saca, me metí en la sección de Nación y me encontré con ésta noticia:
Rápidamente hice click en la noticia y encontré ésta foto, y leí su nombre.

No podía creer que fuera él. Pero era así. Y comencé a llorar. Un minuto después me llamó Lissette, para darme la noticia de que un estudiante de segundo año de la carrera habia sido asesinado y que creía que yo lo conocía.
Y así era, lo conocía. había compartido con él en Morazán y en Chalate. Habíamos conocido a Rufina, habíamos hablado con la gente de la Comunidad Segundo Montes, habíamos caminado bastante durante mi primera semana santa en una comunidad rural. Habíamos estado dando unos talleres a los jóvenes, Habíamos compartido de la vida durante dos años y unos meses más. Yo había sido su instructor en primer año, le había dado mis recomendaciones con cada catedrático, le tenía ese cariño especial, como a un hermano menor o a un primo pequeño.
Y así era, lo conocía. había compartido con él en Morazán y en Chalate. Habíamos conocido a Rufina, habíamos hablado con la gente de la Comunidad Segundo Montes, habíamos caminado bastante durante mi primera semana santa en una comunidad rural. Habíamos estado dando unos talleres a los jóvenes, Habíamos compartido de la vida durante dos años y unos meses más. Yo había sido su instructor en primer año, le había dado mis recomendaciones con cada catedrático, le tenía ese cariño especial, como a un hermano menor o a un primo pequeño.
Porque esa sensación de ser familia, de estar unidos por un cariño especial era parte de nosotros, no era sólo compartir cigarros, o estar chabacaneando, era más que esa camaradería. Estábamos en la misma sintonía, creíamos que podíamos hacer algo por cambiar el mundo que nos rodeaba.
Y lo disfrutábamos, nos gustaba esa aventura de no saber cómo nos iba a tocar esos días, si nos quedaríamos en el suelo o en una hamaca, si nos iba a tocar caminar mucho o no, si vendríamos sanos del estómago, si lograríamos dar un pequeño golpe de efecto a esa comunidad a la que íbamos.
Y más allá de eso, Tambito era una de esas personas que dan esperanzas de que las cosas pueden cambiar, si hay más gente como él. Un bicho que a sus dieciocho años había ido a palpar la pobreza de su gente, que había optado por servir, que vivía. Un cipote inteligente, volcado a los demás, alguien que daba ganas de vivir.
Hace tres años le fue arrebatada su vida por un delincuente, uno de esos a los que Saca ofrecía mano Super Dura y que tres años más tarde probablemente anda libre. En cierto modo nos anima a quienes compartíamos con él a volcarnos a vivir con intensidad y volcados a los demás, para contribuir a que ésto no siga pasando.
Siempre lo recordamos, siempre lo recuerdo cuando oro. Aunque dicen que el color de la sangre jamás se olvida, yo prefiero recordarlo como esa primera semana santa que estuvimos en la Segundo, cuando se quedó dormido en una actividad con los jóvenes y le hicimos una travesura de amigos, que es lo que siempre seguimos siendo.
Porque a pesar de que ya no está con nosotros, siempre aparece en nuestras conversaciones, siempre le llevamos en el recuerdo, no por lo triste e inesperada de su partida sino por toda esa vida que entregaba.
Descansá en paz, Tambito. Nos vemos en el cielo.
Victor